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Barro a Secas: This used to be my playground

Saturday, April 08, 2006

This used to be my playground

Mi infancia la viví en un pueblito minero gringo, con forma de casco romano, en medio del desierto de Atacama, el pueblito todavía existe (aunque la fecha de cierre se aproxima) y se llama El Salvador.

Y ya que estaba en la zona, tomé un bus y fui a ver que tal.

Hace 16 años que abandoné mi pueblito de infancia, con mi perro de infancia y mi cielo de infancia sobrecargado de estrellas, ovnis y cometas. En El Salvador me hice mierda las rodillas tirándome rajado en bicicleta por sus calles desiertas en verano. Y en invierno, cuando a veces nevaba, nos tirábamos por las laderas de los cerros montados en bolsas de plástico. Y hablo en plural porque tuve una infancia en plural, con amigos de la cuadra, que nos pasabamos toda la tarde jugando hasta que anochecía y nunca nadie se preocupó de que pasáramos tanto tiempo afuera, porque en El Salvador no había peligro alguno.

No como en Santiago donde, todavía recuerdo, en las calles te cogotean los marihuaneros y está lleno de pacos torturadores y los autos andan disparados por las calles y por eso no podemos llevar al Rambo, porque seguro lo atropellan, en cambio aquí es feliz y da todas las vueltas que quiere por el pueblo y solo viene a casa a comer y a dormir.

Cuando el bus hizo la última curva tras subir la cuesta de Llanta no lo podía creer, el pueblo seguía exactamente igual.

Los mismos colores desteñidos, las mismas calles anchas, las mismas marcas comerciales, todo estaba igual. La panadería Bambino, la casa comercial Avalos y el Din de frente a la Plaza. El cine setentero que siempre tiene estrenos infantiles ("Valiant" reemplazaba a "El caldero mágico"). Los escalones a la parroquia, el estadio de Cobresal, la pulpería (que ahora es un supermercado Deca, pero sigue donde mismo). Los mismos juegos, el resfalín oxidado, las barras paralelas de las que me colgaba, la más alta ahora la alcanzaba sin tener que montarme a caballito de mis papás.

Eerie.

Y el sol que no calienta porque corre una brisa helada, El Salvador está en altura y el aire tiene una concentración de oxígeno inusual. Por algo es aquí adonde viene Erika Oliveira a entrenar para el maratón.

Caminé hasta mi casa en Montandón y luego hasta mi casa en Kelley. Recuerdo bien los nombres de las calles. La ciudad parece desierta, pero es porque los niños están en clases. Aunque igual, se ve menos gente. El hermoso ciprés de mi casa en Kelley 714 ya no existe, una vecina le había contado a mi madre que el árbol se vino abajo un invierno con todos sus coquitos. Tampoco está la mata de ruda y los grandes cactus de esos con que se hace Tequila que teníamos a la entrada. Saco fotos. Se abre una ventana del segundo piso y una señora me pregunta si necesito algo. Le digo que yo antes vivía ahí, sonríe y cierra la ventana.

En esa misma pieza... recuerdo bien, el terremoto del 85, la pared se trizó por todo el borde, la pared que separaba la pieza de mis papás y mi pieza. Yo tenía siete años y pensaba, qué es peor? que el muro me aplaste a mí o que los aplaste a ellos?. Por suerte no pasó nada.

El camino a la escuela sobre tierra desértica color gris aquínocrecenadaestoesdesiertodesierto, pasando frente al hospital donde trabajaba como enfermera mi tía Elizabeth, amiga de mi mamá del colegio, y lejos la mina más cool de El Salvador. Ella era la única persona que yo conocía que había viajado a Europa con una mochila y había visto a la Mona Lisa. Ella tenía una moto y le encantaba Soda Stereo. Una vez me llevó a dar vueltas en su moto. Ella se enamoró y se comprometió con un ingeniero en minas, un mes antes de la boda le detectaron cancer cerebral, igual se casaron, se casaron en la clínica, ella murió unos pocos días después.

Todo sigue igual, y con esta obsesión radial por los ochentas, se oye la misma música de entonces en las radios, qué impresionante, ahí está la sede del grupo scout, la casa de mi amiga Muni, por esta rambla se tiró su hermano en skateboard y chocó con un auto, yeso por varios meses. Por este tubo me tiré yo con mis pantalones blancos que se fueron derechito a la basura. Y acá está la Escuela 14, donde aprendí los números mixtos y las fracciones impropias, y el sistema digestivo y excretor, los moluscos bivalvos y univalvos, los ostrogodos, los visigodos y los godos a secas.

Ahí haciamos la kermesse, el póngale la cola al burro, la venta de waffles. Una vez le acerté una argolla a una botella de vino Rosé, y me la gané, claro que no me dejaron probarla.

El club Pampa, donde celebrabamos el fin de año con una crema de champignones, y la piscina, más pequeña de lo que recordaba. La cancha de Tenis, con la reja alta que la rodeaba y por sobre la cual yo siempre tiraba las pelotas, para tener que ir a buscarlas y aprovechar de comprarme una Pap para el calor.

El bibliotecario me dice que ahora todo es muy distinto. Que CODELCO trabaja con empresas subcontratistas, entonces son muy pocos los que disfrutan todavía de los enormes beneficios de ser empleado de la mayor empresa de Chile. Beneficios como asignación de vivienda, servicios básicos gratuitos, horarios comodísimos, atención médica gratuita, viajes a Santiago, créditos para comprarse un Jeep y participar del raid de Atacama. Ahora son muchos los mineros que viven en Diego de Almagro, que ha crecido mucho. La mina es posible que cierre, han anunciado, el 2008, pero la gente de acá todavía espera un milagro. Como el milagro que dio el nombre a El Salvador, que fue poblada con los habitantes de Potrerillos, un campamento cuprífero vecino que agotó sus reservas en la década del 50.

De mis amigos, el Felo, el Felipe, la Muni, la Karina, el Alvaro, el Juan, Carolina que se tragó una mosca, Hector y Lorena con quienes nos dabamos besos en el bus de kinder, Rodrigo al que siempre le colgaban los mocos, la Cati que en su casa armaron nido una pareja de jotes, María José que me encargó un verano que le cuidara su conejo a cambio de jugar con el castillo de he-Man de su hermano, Marcial que tenía todos los autitos MatchBox de la Galaxia, Jimmy que tenía a Megatrón y a Omega Supreme de los Transformers, la Mazda que nos invitó a todos a su piscina y nos dimos un atracón de helados en su cumpleaños, la Eugenia que era fanática de Luis Miguel y tenía la película de Fiebre de Amor con Lucerito, Jaime que me rompió mi figurita de Gárgamel, lo más seguro es que no quede ninguno en El Salvador. El bibliotecario me dice que él estaba en la época en que yo visitaba la biblioteca y leía revistas de Asterix. Y sobre la mesa precisamente veo un ejemplar gastado de Asterix y los Normandos.

El pasado está aquí, presente, inmediato, no tan mítico como lo recordaba, el pasado no guarda ningún propósito.

Y de repente el futuro parece tener más brillo, más color. Esta visita a la semilla parece señalarme sin margen de error que el camino sigue adelante, lejos de aquí, lejos donde? no tengo idea, mi yo niño esta feliz conmigo por haberlo llevado a viajar lejos, a lugares verdes. Mi yo niño no se ha cansado, no le incomoda la ausencia de sentido, para él todo es sensación.

Y me ajusto el cinto espacio temporal y viajo de vuelta al siglo XXIV.

4 Comments:

Blogger Manuel said...

Un abrazo a tu yo-niño (me encantó tu post).

9:11 AM  
Blogger Nacho Cl.ear said...

Alfredo le dijo a Toto que se fuera para no volver, por que si volvía en un tiempo más, encontraría todo cambiado. Pero que si regresaba muchos años después... lo encontraría todo igual. (Cinema Paradiso)

:)


round and round,
in circles... or spirals.

1:13 PM  
Blogger Ya no me enganas, descubri tu blog said...

con estos posts no me puedo contener comentarte.
puedes recorrer el mundo si quieres, pero recordar el terruño me dobla.
te agradezco por este post.
saludos

1:33 PM  
Blogger km807 said...

Se lanzó el libro de don héctor Maldonado Campillay, sobre la historia de Potrerillos

potrerillosdel50.blogspot.com

9:36 AM  

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