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Barro a Secas: Esto de expatriarse

Thursday, May 11, 2006

Esto de expatriarse


Fui al cine a ver Kiltro esperando ver la típica película chilena chanta que da vergüenza ajena, pero no me resultó el plan, la película la encontré divertida, tierna, notable. Me sentí orgulloso de conocer Patronato.

Prendo la tele, veo Vértigo, veo los nuevos programas de farándula con la misma intención de asquearme. Pero aunque me parece pésimo que todos los canales sigan apostando por el mismo camino de mantenernos en la ignorancia ciudadana abarrotándonos de información basura de famosillos de cuarta, aún así, no puedo sentir lo que quisiera sentir, lo que necesito sentir para irme sin remordimientos. No puedo sentir la distancia.

Me voy a Paris, y sí, suena glamoroso. Pero no puedo ser barsa y negar el hecho que me voy como un fracasado, con la cola entre las patas. Sabiendo que no fui capaz no digo de triunfar, sino simplemente de arreglármelas en mi país yo solo.

Mi país en que de todos modos nunca faltó el que me preguntase si yo era de verdad chileno.

Entre dos tierras estás, y no dejas aire que respirar

Por qué Paris, si el tiempo de Hemingway y Cortázar ya pasó? Por amor, por supuesto, no hay otro combustible así de efectivo(e inestable, de hecho, una vez prendida la mecha Cupido se mandó a cambiar). Y luego también porque tengo buenos recuerdos, de llevarme bien con los argelinos y los caribeños, de dormir en un parque con un cisne, de hacer amigos entre los setos.

Quiero sentir algo que no puedo sentir en Chile, sentir que no hay diferencias sociales, que soy igual que cualquier senegalés, peor que el senegalés, que por lo menos él habla francés y se le entiende. Soy masoca y qué. Estoy harto del cinismo cortés de nosotros los chilenos. Harto del "te llamamos", "valís ene", "juntémonos un día". Quiero que me golpeen, que me templen, que me encuentren el filo, si es que de verdad lo tengo.

Estoy harto de ser el cuchillo de la mantequilla, quiero ser una maldita espada.

Ahora solo queda despedirse, hacer citas con los amigos, decidir que ropa va y cual se queda. Pensar irremediablemente si volveré a ver a mis seres queridos, alguna vez.

Para aclararme la vista me repito que tengo 27 años, que ya era hora de saltar fuera del nido. Me repito que hay mucha gente en el mundo con problemas terribles, con defectos físicos, con
enfermedades degenerativas, que quisieran estar en mi lugar y se calzarían mis bototos con una sonrisa. Y funciona, al cabo todo eso es cierto. Soy libre, soy joven, soy capaz de hacerlo.

Mentira, me cago de susto, siento que cabalgando hacia un precipicio, perseguido por mis frustraciones, y que podría saltar tal vez si logro mentalizarme y olvidar que nunca aprendí a andar a caballo.

O sea, figúrense que Francia no es precisamente el mejor lugar para encontrar empleo, sobre todo si tu francés es deficiente y pretendes ocuparte como botones/valet de hotel, a sabiendas que nunca aprendiste a estacionar un auto como es debido.

Me voy a Francia porque sé que estar solo va a ser duro y creo que el desafío de aprender un idioma nuevo me ayudará a soportar la falta de familia, de TV, de internet, de refrigerador lleno, camita amiga, amigos, cotorras, tortugas, etcétera.

Todos me dicen que no va a ser fácil y yo pienso: qué bueno. Es mi vida fácil la que me quemó los fusibles motivacionales, que ahora me llevan a emigrar. Emigrar pienso que es la única manera que tengo de romper con la maldición que me arrojó aquel indigente a quien entrevisté en segundo año de periodismo, que no era nadie en la vida ni aspiraba a serlo, y que siento me embrujó. Ese indigente tenía 34 años, nunca se comprometió con nada ni con nadie, su madre tuvo que echarlo de casa al cumplir 32. Tal vez tenía depresión pero no lo parecía, a mi me pareció un hombre feliz, pero esa era una felicidad que daba susto, una sonrisa fácil, de ermitaño demente. Yo quiero poder sonreir y contemplar una vida en la que pueda decir, yo hice esto, yo luché por esto, yo fui parte.

Dicen que el que se va sin que lo echen vuelve sin que lo inviten. O era al revés el dicho? Dicen también que no hay profeta en su tierra. Dicen y dicen y dicen tanta cosa junta. Quisiera llegar a ser algún día un hombre que no sienta necesario darle explicaciones a nadie, ni siquiera a mí mismo.

Llevé a mi hermano al cine. Le dije: es muy probable que esta sea la última vez que salgamos los dos juntos. En general no salimos mucho juntos porque eres un pendejo insoportable, pero también eres mi hermano, así que vamos, deja de alegar y acompáñame.
Lo llevé al Centro Cultural Palacio de la Moneda, que no lo conocía, donde todavía sigue la Muestra de arqueología mexicana. Y entre estatuas de sacrificios humanos, falos erguidos y dioses sanguinarios me complacía de ver su pequeña cabecita abrirse a imágenes que difícilmente se olvidan, mientras le hablaba de la visión que tenían los mesoamericanos de la muerte, la muerte confiable, la muerte leal, la muerte que siempre te recuerda quien eres y que el tiempo no pasa impune sobre este planeta.

Después de esa instructiva exhibición fuimos a ver "Temporada de patos", una película mexicana también sobre dos niños que se quedan sin entretención al cortarse la luz un día domingo en que pensaban jugar Halo. Uno de los amigos se va a ir fuera de la ciudad. Es el fin de una etapa. Y aunque la luz nunca llegue y la abulia en forma de una gotera del baño esté siempre presente, uno sabe que en retrospectiva esos niños recordarán ese día domingo como un tiempo glorioso.

1 Comments:

Blogger Manuel said...

Siempre has tenido suerte, no creo que te vaya a faltar esta vez, pero no está demás deseártela una vez más:
Buona Fortuna, ragazzo!

8:34 AM  

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